TICs
10 enero 2019

Adicciones digitales I: Internet y apuestas online

Los especialistas en juventud no terminamos de dar crédito a nuestros ojos: con escasísimas excepciones, los datos sobre consumo de sustancias adictivas por parte de los jóvenes en los países desarrollados no cesan de disminuir, incluyendo la que mayor aceptación cultural y más profundo calado ha tenido en el mundo juvenil, el alcohol.

Que hay mucho que celebrar, nadie lo pone en duda. Estas cifras son en gran parte resultado del esfuerzo realizado por numerosos colectivos e instituciones nacionales e internacionales dirigidas al estudio, prevención y tratamiento de este tipo de sustancias.

Pero ninguna celebración debe hacernos bajar la guardia o perder la perspectiva histórica, por lo que la pregunta fundamental ahora mismo vuelve a ser: ¿Estamos asistiendo al final del tradicional binomio juventud-drogas o se trata simplemente de un cambio de ciclo?

¡Tontería, tontería! Quien teme al lobo no se mete en el bosque. ¿Has perdido? ¡Pon otro!

A finales de los años ochenta y principios de los noventa, la pandemia de la heroína que tantas vidas de jóvenes se había cobrado, condenando a muchos millones más en el mundo entero a una existencia zombificada y sin futuro [1], presentaba un perfil de evolución muy similar al que presentan a día de hoy el resto de las substancias adictivas. La celebración cegó entonces a muchos: la heroína era LA droga y tanto expertos como consumidores se vieron tentados a asumir la conclusión de que las adicciones eran ya cosa del pasado. El éxtasis, las drogas de diseño o la cocaína son menos drogas, menos problemáticas… sencillamente, menos.

La verdad es que no tiene nada de extraño que los adultos andemos tan perdidos con la juventud: siempre vamos a buscarla a los mismos cajones en los que un día dejamos, bien planchada y doblada, la nuestra, una costumbre que quizás pueda resultar inocua en muchos ámbitos, pero que en el caso concreto de las adicciones constituye un gravísimo error. En el último decenio, correspondiendo (y no por casualidad) con el descenso de todos los indicadores de sustancias adictivas tradicionales, vuelve a haber un nuevo desplazamiento de prácticas y de costumbres juveniles que, una vez más, dejan a los adultos en jaque: las adicciones ya no son de sustancias sino, fundamentalmente, tecnológicas: macropantallas, micropantallas, televisión interactiva, ordenador, tablet, teléfonos inteligentes, redes sociales, chat, whatsapp, videojuegos…

¿Exagerando? Aún quedan algunos académicos expertos en drogodependencias que así lo verían. Hace apenas unos años, los autores de Psicología de las nuevas tecnologías [2], consideraban que estas no pueden ser adictivas por la sencilla razón de no ser “sustancias químicas que se introducen en el organismo y le causan daño”, razón por la que el DSM [3], la biblia de las drogodependencias, no las reconocía como tal. Los autores, por lo tanto, veían más prudente usar expresiones como “afición a una actividad altamente gratificante” (sorprendentemente usan el ejemplo de Don Quijote y su “afición altamente gratificante” de leer libros) o, como muchísimo, “trastorno de abuso”. La prudencia es sin duda una de las mayores virtudes de la ciencia, una virtud que, nos protege de los excesos, las prisas y el histriónico alarmismo tan característico de nuestras sociedades, pero cuando se convierte en una obsesión, la vuelve una mula vieja y terca a la que no hay fuerza humana capaz de conseguir que de un solo paso adelante. Y a veces, simplemente, HAY que dar un paso adelante.

Este paso lo dio la quinta versión del DSM apenas un año después de la publicación del libro, incluyendo ya las “adicciones no relacionadas a sustancias”. En los últimos años, además, se ha descubierto que la adicción digital, ya sea respecto a un móvil, tablet u otro dispositivo electrónico, crea las mismas conexiones cerebrales que los opiáceos, generando asimismo soledad, aislamiento y depresión, dando lugar a toda una nueva batería de trastornos conductuales cada vez más extendidos, especialmente entre los más jóvenes [4]: la nomofobia (miedo irracional de estar sin teléfono móvil), el phubbing (ser incapaces de prestar atención a quien nos rodea), el sindrome de la vibración fantasma (sentir constantemente la vibración del móvil), el vamping (incapacidad para dejar de mirar dispositivos por la noche). Creo que unos cuantos datos pueden sernos de gran ayuda a la hora de valorar esta cuestión:

  • En España, uno de cada cuatro niños tiene TV o DVD personal ya solo de 6 a 9 años, según el último informe Aladino, de AECOSAN. Además, un 14% tiene videoconsola y un 9% ordenador personal. Según el INE, ya a los 10 años, casi uno de cada tres niños tiene Smartphone (30%), ascendiendo esta cifra hasta el 42% a los 11 y el 69% a los 12.
  • Según el informe Jóvenes en el mundo virtual, el 65% de los jóvenes de 14 a 24 años reconocen mirar “constantemente” el móvil y un 22% más, “muchas veces al día”, mientras que el 21% admite como “claramente excesivo” el tiempo pasado en Internet y un 50% más simplemente “excesivo”.
  • Según un estudio publicado por el Centro de Seguridad para los Menores en Internet com realizado en colaboración con varios países europeos, los niños y adolescentes españoles de entre 4 y 16 años son los que mayor riesgo corren, dentro de la UE, de ser adictos a internet estimándose que el 21% ya pueden ser considerados “de riesgo”, una cifra que duplica la media europea.
  • Completan estos datos otros recogidos en un Informe de la OCDE El bienestar de los estudiantes, resultados de PISA 2015, que sitúa a los estudiantes españoles bastante por encima de la media de los países de la OCDE, asignándoles a la categoría de “usuarios extremos”. El 69% de ellos, además, declaran “sentirse realmente mal” si no tiene conexión a Internet.

Sin embargo, las TIC no son solamente en sí mismas adictivas, como acabamos de ver, también son plataformas para nuevas y viejas adicciones, al rescatar, actualizar y acercar a las generaciones más jóvenes adicciones que antes permanecían alejadas, tanto temporal como espacialmente. La primera que analizaré en esta serie será una de las que actualmente más alarma social está provocando, especialmente entre los padres, la ludopatía.

A diferencia del potencial adictivo de las TIC, el reconocimiento oficial del juego patológico como trastorno se produjo ya en 1980, fecha en la que se incluyó en una de las categorías del DSM, categorizada dentro del apartado de trastornos relacionados con sustancias y trastornos adictivos. Sin embargo, para comprender en profundidad este trastorno es necesario hacer varias observaciones de carácter más sociológico que psicológico. La primera de ellas es que se trata de una adicción que ni altera de forma observable el comportamiento cotidiano de los jugadores fuera de la sala de juego (temblor de manos, sobreexcitación, chasquido de dientes o de mandíbula, etc.) ni deja secuelas físicas observables (rostro chupado, dentadura picada, piel cuarteada), lo que hace que la ludopatía sea un trastorno que en muchos casos pasa totalmente desapercibido en el entorno más próximo y, además, sea vista por muchos como una adicción de poca monta, lo que ya en sí mismo hace mayor el riesgo de normalización y entrada en ella.

En los últimos años, desde la última ley del juego en 2012, la proliferación sin parangón en la historia de España de las casas de apuestas ha elevado el fenómeno de la ludopatía muy por encima del escenario necesario para ser considerada una auténtica epidemia social, según las Federaciones de Jugadores de Azar Rehabilitados, con 400.000 personas afectadas a día de hoy. ¿Está esto invirtiendo o por lo menos ralentizando la creación de nuevas casas de apuestas? Todo lo contrario. En un año solamente, entre 2016 y 2017, el último para el que existen datos disponibles, el sector creció un 11% más, con 48 nuevos locales en la Comunidad Valenciana o 57 en Madrid.

Irónicamente, nada es dejado al azar en la creación de estos nuevos centros de juegos, los objetivos están perfectamente localizados, acorde con los mayores factores de riesgo detectados. Dicho de otra forma, a diferencia de sus clientes, las casas de apuestas apuestan sobre seguro, y lo hacen con sus bazas más ventajosas y ruines: la miseria, la desesperación y la juventud.

La precariedad socioeconómica, en primer lugar, es considerada uno de los principales factores de riesgo por psicólogos y trabajadores sociales desde el comienzo de los estudios sobre ludopatía dado el lógico componente de la creencia en una “ganancia rápida” que permitirá al jugador salir de su miseria, lo que, termina convirtiéndose en un circulo vicioso que atrapa en la adicción. La apuesta por este tipo de target quedó ya al descubierto hace años en un estudio la ONG británica Fairy Gambling, que descubrió una mayor presencia de casas de apuestas en barrios obreros, con mayor tasa de paro y un mayor volumen de población inmigrante, algo que estudios más cercanos en el tiempo también han detectado para el caso de España, como la realizada por la Federación Regional de Vecinos de Madrid, con Carabanchel (73 locales), Centro (72), Puente de Vallecas (63), Tetuan (61) y Ciudad lineal (50) a la cabeza de la lista tanto por cantidad de locales como por densidad (locales por habitante).

Por lo que respecta a los más jóvenes, el mercado estaba muy descuidado hasta hace pocos años, no siendo muy dados estos ni a tragaperras ni al bingo o la ruleta, más propios de viejunos. La estrategia debía ir por otro flanco y ¿qué mejor que las apuestas deportivas? El envite estaba calculado al milímetro para crear una perfecta atmosfera de normalidad que, repito, es la mejor puerta de entrada a una adicción: para empezar, los camellos a la vieja usanza solían ser gente bastante chunga con la que resultaba difícil cualquier tipo de broma, pero… y ¿si el camello es nada más ni nada menos que Cristiano Ronaldo? ¿O Neymar? ¿O Piqué? ¿O Rafa Nadal? Buena gente, sanos, deportistas, ricos, apestosamente ricos, triunfadores y ¡guapos! camellos de lujo que invitan al joven a entrar… y apostar… y hacerlo, además, por algo que conocen al dedillo, un terreno en el que adoran demostrar sus conocimientos y del que creen ser expertos: el deporte (nada más y nada menos que 19 de los 20 equipos de la liga Santander tienen acuerdos con las casas de apuestas). A partir de ahí, el ritual es muy similar a lo que ha sido siempre: una quedada con los amigos para hacer lo de siempre: ver un partido juntos, beberse unas cervezas, discutir qué equipo o que jugador es el mejor, cuantas copas tienen, cuantos valores de oro y… algo nuevo que hace la quedada mucho más emocionante aún: apostar. Brutalmente sencillo.

¿Ser un nuevo nicho de mercado es el único atractivo de los más jóvenes para las casas de apuestas? No, hay otro factor tan atractivo o incluso más que este: la enorme rapidez con la que los jóvenes, frente a otros grupos de edad, caen en la adicción. “A esa edad su cerebro no ha terminado de madurar y son mucho más impulsivos», explica una de las trabajadoras sociales de la asociación Vida Nueva: «cuando empezó la asociación hace dos décadas solían venir a tratarse personas que habían pasado siete años enganchados. La cifra se ha reducido hasta los dos años”. Cuanto más jóvenes, por lo tanto, mejor… ¿adolescentes? mejor ¿preadolescentes? pues ¡mejor aún! . Para desgracia de las casas de apuestas, la ley no permite la entrada a menores. Aun así, los menores entran usando todo tipo de trucos. Aquí es donde entra en escena el juego online. Aunque parece que bastantes casas de apuestas no piden identificación, entrar por el móvil o la Tablet se hace aún más fácil: ¿Es usted mayor de dieciocho años? Seh…

Además, aunque uno de cada cuatro centros de bachillerato se encuentra cerca de una casa de apuestas el juego online las acerca aún más ya que significa que “todos llevamos una casa de apuestas en el bolsillo” dice Antonio Regalado, un exludópata de Fundación AEXJER, “yo he estado años sin entrar en bares por miedo a las tragaperras. Ahora las veo y estoy tranquilo. Pero”, añade, “¿cómo le escapas al móvil?”.

Con el juego online, además, la telaraña deporte-apuestas se hace más tupida y más pegajosa aún para los menores al introducir el componente videojuego en la ecuación: en su última edición del 2018, uno de los videojuegos más vendidos en los últimos años, FIFA, incorpora una modalidad a la que denomina ultimate team, en el que, comenzando a jugar con un equipo humilde, puedes ir pasando de nivel contratando a estrellas del fútbol bien con coins (monedas virtuales del juego) o con FIFA points que se obtienen… ¡si, habéis acertado: con dinero real! Aquí es cuando se produce el primer acercamiento de muchos preadolescentes y adolescentes al mundo de las apuestas. Existen webs, como utcoinbets.com, futgalaxy.com o futgoles.com que permiten comprar monedas de FIFA más baratas que las que ofrece el propio videojuego, pero esas mismas páginas te permiten apostar esas monedas en ruletas de casino, póker o en partidos de fútbol.

Tanto las facilidades de entrada como la cercanía o la estrecha relación con el deporte y los videojuegos son ya de por si factores suficientemente importantes como para plantearse algún tipo de ley al respecto. Sin embargo, en mi opinión el mayor peligro no reside en ninguno de estos factores. No hace falta ser experto en drogodependencias para saber que el primer hito importante en la biografía de todo adicto es el momento en el que ya no solamente consume de fiesta y con amigos sino que lo empieza a hacer solo. En este sentido, el juego online no solamente permite acceso fácil y cercano a adolescentes y preadolescentes, sino también hacerlo a solas, a escondidas, un paso más en la ya más que conocida espiral de la adicción.

Ha llegado el momento de preguntarse: ¿de cuántos jóvenes estamos hablando? Que queréis que os diga, me hizo gracia llegar al apartado de “Análisis del perfil del usuario” en el Anuario del Juego en España 2018 (financiado por las casas de apuestas, claro está), con una extensión de nada más y nada menos que 378 páginas y un análisis exhaustivo y pormenorizado de todo tipo de factores y encontrarme, precisamente en este apartado: “No parece útil repetir exactamente los datos del Anuario de 2015/16, por tanto, nos remitimos a él para disponer de los datos sobre sexo y edad” (p. 266). ¿No os parece extraño? ¿Actualizan todos los datos pero consideran inútil hacerlo con el sexo y con la edad? Los datos del 2015/2016 podéis consultarlos en Internet, pero considero más interesante, dado el rango de edad, irnos a los ofrecidos por la Fundación Maphre en el estudio Jóvenes en el mundo virtual para el año 2018. Ahí, un 14,8% de los jóvenes de 14 a 24 admiten apostar online “a veces” y un 8% “con frecuencia”. ¿Mucho? ¿Poco? Solo hay que hacer una simple regla de tres: en España hay, redondeando, 7.300.000 chicos de 14 a 24 años. Si dejamos las respuestas del “a veces” al margen y nos centramos únicamente en los que contestan “con frecuencia”: ¡salen casi 600.000 jóvenes!

¿Terminarán todos siendo ludópatas? Por supuesto que no. ¿Lo será la mitad? ¿Una cuarta parte? ¿solamente una sexta parte, 100.000,? Sinceramente, no creo que la pregunta más importante en este momento sea el porcentaje que un día cualquiera, dentro de poco, terminaremos por leer en la prensa. La pregunta esencial, ahora mismo, creo que tendría que ser ¿realmente vamos a quedarnos con los brazos cruzados hasta que ese día llegue?

Fotografía de Juan M. González-Anleo.

Juan M. González-Anleo

Sociólogo, psicólogo social, Experto en Juventud (OJI)

Notas

  • [1]

    Recomiendo al lector, especialmente a los más jóvenes nacidos en años posteriores a los que todo esto les suene a chino, una de las más crudas y desgarradoras biografías sobre la heroína: Christiane F., los niños de la estación del Zoo, el libro que visibilizó la tragedia de la heroina primero en Alemania, con el libro y, más tarde, con la película, en el resto del mundo.

  • [2]

    Matute, H.; Vadillo, M. A. (2012). Psicología de las nuevas tecnologías. De la adicción a Internet a la convivencia con robots. Madrid: Síntesis.

  • [3]

    Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders de la Asociación Americana de Psiquiatría, la tan conocida como odiada APA.

  • [4]

    Riscal, A.; Gómez Salgado, P. (2018). Adolescentes y uso problemático de Internet. Claves para entender y prevenir. En Jiménez, E. Garmendia, M.; Casado, M.A. Entre selfies y whatsapps. Oportunidades y riesgos para la infancia y la adolescencia conectada. Barcelona: Gedisa, p. 157-172.