Inclusión social
14 junio 2019

La relación de los jóvenes en acogimiento residencial con sus educadores y profesores

Los recursos residenciales que atienden a esta población, con demasiada frecuencia infravalorados, ofrecen respuestas de calidad, desde hace años, a las expectativas de estos adolescentes y jóvenes, tanto durante su vida en los centros como a la salida de ellos. La excelente valoración de los propios jóvenes sobre los centros y sus educadores (superior a 8 sobre 10) y sobre cómo preparan con ellos su salida a la vida adulta, a la realidad que les espera a la salida de los recursos de protección, puede considerarse como esperanzadora, aunque aún hay mucho que mejorar.

Es importante tener en cuenta que no estamos hablando de recursos a los que los jóvenes acceden desde la infancia, sino mayoritariamente desde la adolescencia y, cada vez más, desde una adolescencia tardía, cercana a la mayoría de edad. En un contexto en el que la información disponible a nivel europeo, ya desde los años ochenta, advierte tanto sobre la edad de ingreso cada vez más tardía de los adolescentes en recursos residenciales, como de las limitaciones y los importantes índices de fracaso -entre el 10% y el 30% de los casos- de acogimientos familiares y adopciones en estas edades.

El sistema de protección a la infancia ha mejorado ostensiblemente a partir de las actuaciones preventivas con la primera y segunda infancia, y con la potenciación de la familia como recurso prioritario de atención. Esto es indudable. Pero parece situarse en estos momentos en una fase de diversificación y adecuación de recursos a las características y necesidades de las nuevas poblaciones que acceden a ellos, mayoritariamente adolescente. Para su atención, los recursos residenciales son parte necesaria y activa del sistema, y no precisamente un recurso a suprimir. Cuidar su calidad, evaluar sus resultados y hacer especial esfuerzo en el tránsito a la vida adulta de los jóvenes atendidos en ellos produce efectos deseables en la inclusión social de este colectivo. Así lo muestran las investigaciones realizadas.

Partiendo de estas referencias, abordamos aquí otro aspecto de especial interés que nos permite acercarnos y conocer mejor las interacciones que se dan entre educadores, profesores y jóvenes del sistema de protección: la relación de estos jóvenes con sus profesores de Educación Secundaria y el mito de su etiquetaje como jóvenes conflictivos.

Sabemos que la acción educativa con poblaciones en dificultad social no es un camino de rosas y que tanto la profesión de educador como la de docente requieren de amplias dosis de vocación para recoger resultados que, en la mayoría de los casos, son difícilmente perceptibles a corto plazo pero que, sin embargo, quedan en el bagaje personal y en la historia de vida de aquellos a los que se educa. En este caso, jóvenes con historias de vida difíciles, muchas de ellas dramáticas, que se cruzan con la labor socioeducativa que se desarrolla en los pisos y centros de protección, y también en las escuelas e institutos.

Uno de los hallazgos relevantes de la investigación nos muestra que la gran mayoría de estos jóvenes (86%) afirma no tener conflictos con los profesores de los centros educativos, mayoritariamente institutos de enseñanza secundaria, en los que estudian. Estamos hablando de un dato muy relevante para contrastar con el mito, para poner en cuestión los estigmas y falsas atribuciones que la sociedad en general y la propia comunidad educativa pueden llegar a plantear sobre el carácter necesariamente conflictivo de las relaciones entre estos jóvenes y su profesorado.

Se trata de jóvenes que, en su gran mayoría, se consideran personas respetuosas con las normas, positivos y con una serie de habilidades sociales y capacidad para relacionarse que son realmente necesarias para iniciar y mantener un tránsito inclusivo, autónomo y compartido a la vida adulta. Esta autopercepción de los jóvenes nos ayuda a entender cómo son capaces, a pesar de las múltiples dificultades por las que han atravesado, de afrontan con optimismo la vida. Parece relevante, además, que aquellos jóvenes que mejor se valoran a sí mismos, son quienes no tienen conflictos en las aulas con el profesorado.

Pero también hay que mencionar a los jóvenes que tienen conflicto con sus educadores y con el profesorado. Aunque en una baja proporción, ¿qué ocurre con ellos?. Se trata de jóvenes que se consideran menos respetuosos con las normas, cuya visión sobre la vida no es tan positiva y que admiten sus dificultades para comunicarse bien con los adultos. Pues bien, aún con esa negativa percepción de sí mismos, estos jóvenes admiten, de un modo estadísticamente significativo, que los educadores les ayudan a adquirir hábitos y capacidades tales como levantarse en hora por las mañanas, ser puntuales, persistir en lo que se proponen, saber cuidar de su salud y mejorar la relación con su familia.

Si bien no se pueden concluir que estos resultados, basados en la percepción que los jóvenes tienen de sí mismos, mantengan una relación directa o causal con los conflictos que estos chicos y chicas tienen con el profesorado, sí nos permiten, al menos, generar indicios sobre los que ir trabajando y nos clarifican el camino a seguir en la intervención. En este sentido, pensamos que algunos resultados de nuestro estudio pueden arrojar luz sobre qué “teclas” tocar en la acción socioeducativa con ellos, como la necesidad de incidir en la formación inicial y al desarrollo profesional de los educadores de los centros/pisos de acogida en torno al establecimiento de líneas de mejora y refuerzo en el trabajo de autoestima de los jóvenes. La autoestima es una variable clave en el bienestar psicológico de los adolescentes y, tal y como indican diferentes estudios, ésta junto con el apoyo social resultan ser predictores de la resiliencia [1] [2] [3]. Así, tanto en la acción como en la prevención y mitigación educativa conviene potenciar herramientas para enfrentarse a situaciones socialmente amenazantes, como pueden ser procesos de cambio, condiciones de vida, estatus social, etc. A su vez, atajar problemas que puedan favorecer estados de indefensión personal que dificultan una autoestima adecuada y que se relacionan con aspectos como las capacidades físicas, psicológicas, la salud, habilidades sociales, cualificación académica, etc. Se trata, en definitiva, de generar y potenciar estrategias en los educadores que trabajan con estos jóvenes para ayudar a empoderarlos y dotarles de recursos de afrontamiento dentro del Sistema de Protección, antes de que cumplan la mayoría de edad y previamente al inicio de su proceso emancipatorio. En ocasiones, basta con recordar a los educadores la importancia de implicar a los jóvenes en su propio tránsito a la vida adulta, en su propia concepción personal y del mundo y en el establecimiento de relaciones con los otros.

TABA-International Research

Este artículo viene a narrar algunos aspectos significativos de los trabajos que, desde hace varios años, vienen realizando los investigadores del grupo TABA-International Research en colaboración con instituciones públicas, entidades sociales y profesionales del ámbito de los servicios de protección a la infancia, y más concretamente del campo del acogimiento residencial. Una línea de investigación que pretende ayudar a mejorar la acción socioeducativa en ese ámbito y que aborda aspectos cruciales tanto para los jóvenes que se encuentran en acogimiento residencial, como para los profesionales que trabajan con ellos.

Los resultados que aquí se muestran se centran en las respuestas que han dado a un cuestionario ad hoc 126 jóvenes de entre 16 y 17 años, pertenecientes a sesenta y cuatro recursos de acogimiento residencial de la Dirección General de la Familia y el Menor de la Comunidad de Madrid. Todo ello, en el marco de un reciente estudio sobre el Plan de Autonomía para jóvenes de 16-21 años en acogimiento residencial en la Comunidad de Madrid.

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Ángel De Juanas y Miguel Melendro