Cultura juvenil
13 mayo 2021

La estabilidad que nunca llega: transiciones a la edad adulta en tiempos de incertidumbre

Emancipación y formación de pareja: deseos insatisfechos

Repetidamente, por más de veinticinco años, los jóvenes han mencionado sus relaciones familiares y personales entre las realidades que más valoran (González-Anleo y López-Ruiz, 2017). En momentos de crisis, esta realidad se pone aún más de manifiesto. Según el informe Jóvenes españoles 2021 (González-Anleo et al., 2020), el 73,6 % de los jóvenes considera que la familia ha sido muy importante para ellos durante la crisis provocada por la COVID-19, solo por debajo de la salud (81,4 %). Como referencia, el 50,9 % declara que el trabajo es muy importante.

Las relaciones románticas y familiares no solo se consideran importantes; también proporcionan alta satisfacción a los jóvenes. En otro estudio realizado durante el confinamiento, el 82,3 % declaró estar altamente satisfecho con su pareja, y el 70,2 %, con su familia. De nuevo, los números contrastan con el porcentaje de jóvenes que manifestó alta satisfacción con su situación económica, el 37 % (Kuric et al., 2020).

Fuente: Elaboración propia a partir de Kuric et al., 2020.

Como vemos, la importancia de la familia y de la pareja van de la mano. Durante la juventud, el proceso de autonomía con respecto a los padres (familia de origen) coincide con la búsqueda de pareja (familia de destino). En España, la emancipación o salida del hogar paterno sigue fuertemente vinculada a la formación de pareja: antes de los 30 años, el 87 % de los jóvenes casados ha abandonado ya el hogar paterno, mientras que el 83 % de los solteros todavía vive con sus padres (Injuve, 2017). Es decir, la mayoría de los jóvenes que se emancipan lo hacen en pareja.

De hecho, los jóvenes manifiestan un fuerte deseo de emanciparse y formar un hogar propio. Estas expectativas van creciendo con la edad. Según el Informe Juventud en España 2020 (Injuve, 2021), más del 50 % de la población de 20 a 24 años desea emanciparse; entre los 25 y 29 años, este porcentaje sube al 65 %.

Estos deseos tampoco se ven fácilmente satisfechos. En 2020, solo el 38,4 % de los jóvenes de entre 25 y 29 años estaba emancipado (Consejo de la Juventud, 2020). De igual forma, la diferencia entre la edad esperada y la edad real de emancipación en España está entre las más altas de Europa: aproximadamente siete años, comparados con los tres años en Alemania o Francia (Moreno Mínguez, 2012).

Esta tardanza en dejar el hogar paterno se corresponde con el retraso en la formación de pareja y en la paternidad. Según la European Social Survey (ESS), la proporción de jóvenes españoles que consideraba la edad ideal para casarse entre los 25 y 29 años cayó del 45 % al 30 % entre 2006 y 2018. Por el contrario, el porcentaje de los jóvenes que consideraba que la edad ideal para casarse era después de los 30 años subió del 24 % al 37 % en ese período (ESS, 2006, 2018). Además, como sucedía con la emancipación, la edad real en la que se casan sigue siendo mucho mayor que la deseada.

Fuente: Elaboración propia a partir de la European Social Survey 2006 y 2018.

En cuanto a la maternidad, un 42 % de las mujeres españolas afirma haber tenido su primer hijo más tarde de lo que consideraba ideal (INE, 2018). También se observa una fecundidad menor de la deseada: aunque en 2016 la mayoría de los jóvenes (63,2 %) afirmaba querer tener dos o más hijos (Injuve, 2017), el número medio de hijos por mujer en España ha estado por debajo de 1,45 durante un par de décadas, y era 1,24 en 2019 (INE, 2020).

En resumen, se observa una creciente disociación entre los deseos y la realidad de los jóvenes españoles en cuanto a sus transiciones familiares: se emancipan, se comprometen en pareja y tienen hijos más tarde de lo que desearían. Este desajuste se puede atribuir parcialmente a factores psicológicos y sociológicos propios de esta etapa vital (Arnett, 2000), pero las interpretaciones suelen poner el acento en las condiciones estructurales y económicas (Castro-Martín et al., 2015). Aunque este ensayo pretende ampliar la discusión a factores sociológicos, no se puede obviar la importancia de lo económico, por lo que pasamos a revisar su evidencia.

Estabilidad laboral: de crisis a crisis

Con la crisis de 2008 pudimos observar el impacto de las dificultades económicas y laborales sobre las transiciones familiares y relacionales de los jóvenes: tras la gran recesión, se retrasó la emancipación, la formación de pareja, la constitución de nuevas familias y la obtención de un trabajo estable (Moreno Mínguez, 2012).

Las personas que hoy tienen entre 30 y 35 años han sufrido los efectos económicos y laborales de las dos últimas crisis, en 2008 y 2020. La tasa de paro juvenil (menores de 25 años) alcanzó niveles altísimos en 2013, del 56 %. En el último año ha vuelto a repuntar hasta el 40 % (entre las más altas de Europa). Otro indicador de precariedad significativo es la tasa de riesgo de pobreza o exclusión social, que pasó del 22,8 % en 2008 al 31,7 % en 2019; además, son los jóvenes de 16 a 29 años los que más sufren este riesgo (Encuesta de condiciones de vida, 2019).

Fuente: INE, 2021.

Con la pandemia, las perspectivas económicas vuelven a preocupar fuertemente a los jóvenes (Kuric et al., 2020). La economía española en 2020 registró una caída del PIB estimada en el -10,8 %, mientras que durante la pasada crisis la caída fue de -3,8 % en 2009 (INE, 2021). Esto afecta particularmente a los jóvenes, que constituyen el colectivo con mayor probabilidad de trabajar en puestos vulnerables a corto plazo (Injuve, 2021) y con menor remuneración salarial, percibiendo la mayoría de ellos un salario medio anual inferior al salario mínimo, según la Agencia Tributaria (2019).

Las altas tasas de paro, la prevalencia de contratos temporales y a tiempo parcial, y los bajos salarios son condiciones estructurales del mercado laboral juvenil que impiden la realización de los deseos y expectativas de emancipación y formación de familia de los jóvenes (Injuve, 2021). En tiempo de crisis y confinamiento, estas condiciones no han hecho sino acentuarse. No sorprende que los jóvenes sean los que manifestaron mayores niveles de malestar en los meses iniciales de pandemia (García-Manglano et al., 2020). No solo por la cuestión económica, sino también porque la incertidumbre económica, sanitaria y social dificulta la toma de decisiones en esta etapa en la que se están asentando los cimientos de la vida adulta, acentuando las divergencias arriba documentadas entre deseos y decisiones, proyectos y realidades.

En todo caso, para entender el impacto de la pandemia de la COVID-19 en las transiciones juveniles, conviene no limitarse a las condiciones económicas. En la experiencia real de los jóvenes, los factores económicos y sociales se entrelazan. Y solo si se atiende también a los retos de índole sociológica se diseñarán políticas que permitan la satisfacción de las expectativas y preferencias de los jóvenes en esta etapa vital.

Más allá de lo económico

Como vimos al comienzo de este ensayo, la situación de los jóvenes es paradójica: por un lado, está lo que consideran importante; por otro, lo que resulta relevante para ellos a la hora de tomar decisiones vitales. En importancia, lo familiar y relacional suele figurar, encuesta tras encuesta, muy por delante de lo económico y profesional. En cambio, por relevancia suele imponerse lo económico, y muchos supeditan sus transiciones familiares (emancipación, formación de pareja, tener familia) a su situación económica, retrasando sus decisiones hasta alcanzar una estabilidad que no llega fácilmente.

Pese al énfasis que las políticas de juventud ponen en los factores económicos, hemos visto que la crisis de 2020, como la de 2008, vuelve a pasar una factura desproporcionada a los jóvenes. Quizá es hora de ampliar nuestro enfoque para incluir esos otros aspectos sociológicos (relacionales y familiares) a los que los jóvenes dan importancia. Esto implica reconocer que esta etapa vital presenta sus propios retos, que deben ser identificados. La literatura permite distinguir cuatro, que se pueden agrupar en dos palabras: diversidad y conciliación. En cuanto a la diversidad, distinguimos estos dos:

  • Diversidad de trayectorias: el guion tradicional de transición a la edad adulta (terminar los estudios, conseguir un trabajo estable, casarse, abandonar el hogar paterno y tener hijos, en este orden) se dejó de cumplir para la mayoría de jóvenes hace décadas; hoy día son muchos y variados los itinerarios posibles hacia la edad adulta; esta diversidad sigue, con frecuencia, pautas de desigualdad socioeconómica (por clase social, nivel de educación, etc.) que conviene documentar.
  • Diversidad sexual: a pesar del progreso irregular en igualdad de género y de los avances técnicos en el ámbito de la fertilidad, las demandas de la parentalidad caen en mayor medida sobre las mujeres, condicionadas por unos ritmos biológicos diversos a los de los hombres, al coincidir los años de consolidación laboral (25-40) con los de mayor fecundidad. Ignorar esta diferencia lleva a que muchas tengan que sacrificar alguna de sus aspiraciones, las profesionales o las familiares.

Omitir esta diversidad (en sus vertientes socioeconómica o sexual) lleva a asumir una homogeneidad de experiencias quizá más propia de tiempos pasados, con políticas monolíticas que terminan obviando los retos particulares a los que se enfrentan distintos grupos sociales. En cuanto a la conciliación, cabe distinguir dos retos:

  • Conciliación entre trabajo y familia: quizá sea el aspecto más estudiado de las transiciones familiares (Moreno Mínguez y Crespi, 2017). Implica reconocer que la frontera entre lo profesional y lo familiar es porosa: que las demandas laborales afectan a la vida familiar, y que las necesidades del hogar pueden dificultar el desempeño profesional.
  • Conciliación entre los planes de la pareja: consolidar una relación a largo plazo presupone la coordinación de planes y aspiraciones entre dos personas. A la dificultad de definir el propio proyecto vital se suma la coordinación con el proyecto de otra persona. La conveniencia de convivir en un mismo lugar al mismo tiempo condiciona la negociación laboral de la pareja, y puede implicar la limitación o renuncia de oportunidades profesionales por una de las partes (Shulman y Connolly, 2013).

Tanto las manifestaciones de la diversidad como la complejidad de la conciliación se acentúan durante la juventud, por ser tiempo de tensión (entre la exploración de nuevas oportunidades y el compromiso necesario para sentar las bases de un proyecto profesional, relacional y familiar). Hoy día, muchos jóvenes llegan a la conclusión de que el retraso deliberado de decisiones es la mejor respuesta a la incertidumbre, porque juzgan imposible afrontar simultáneamente los retos descritos, o por miedo a cerrarse opciones.

En muchos casos, esta renuncia a tomar decisiones vitales durante la década de los veinte solo retrasa decisiones que tarde o temprano tendrán que tomarse (en un contexto económico que, según la evidencia arriba descrita, no necesariamente será mejor). Los jóvenes condicionan su vida a una certeza económica que, para muchos, siempre está un paso “más allá”. Así, el anhelo y la búsqueda de una estabilidad laboral y económica terminan atrapando a los jóvenes en un bucle de indecisión e incertidumbre.

Por ello, quizá se pueda pensar en cómo generar y fortalecer otros recursos, personales y sociales, que permitan a los jóvenes tomar decisiones relacionales y familiares, compatibles con la inestabilidad (prácticamente estructural) del actual mercado laboral. Tendrán que aprender a construir proyectos vitales en escenarios económicos complejos. Para ello necesitan apoyo social, no solo económico. Una exacerbada dependencia de los factores económicos impide que se afronten otros retos que también merecen atención y recursos.

Conclusión: respuestas nuevas para una nueva crisis

En contextos de incertidumbre como el generado por la pandemia de la COVID-19, las relaciones personales siguen entre los aspectos más valorados y satisfactorios para los jóvenes. La mayoría de ellos, además, desea emanciparse, iniciar su vida en pareja y formar una familia antes de lo que, de hecho, lo logran. En muchos casos, estas decisiones se posponen indefinidamente. Este desajuste entre deseos y realidades se pone más de manifiesto en momentos de crisis, pues se juzga imposible asentar un proyecto de vida hasta lograr cierta estabilidad económica.

En este artículo hemos identificado retos sociológicos, relativamente ignorados, que merecen más atención. Por un lado, el reto de la diversidad, ya que esta etapa vital implica experiencias, trayectorias y condicionantes diferentes para cada individuo en función de su sexo y situación socioeconómica. Por otro lado, el reto de la conciliación supone facilitar no solo el equilibrio entre trabajo y familia, sino también la capacidad de coordinar planes en pareja.

Un estudio más profundo de estos retos sociológicos puede llevar a estrategias de apoyo y políticas de juventud más ricas, que complementen las intervenciones económicas (necesarias, pero manifiestamente insuficientes para mejorar la situación de los jóvenes en las últimas dos crisis). Asumir que los planes relacionales y familiares deben supeditarse a las condiciones económicas puede no ser la única estrategia posible, o deseable, ya que se trata de esferas interdependientes. Una mejora de la situación de los jóvenes en lo sociológico y relacional puede ayudarles a afrontar la incertidumbre económica con más apoyo social y emocional. Es tarea de los investigadores documentar, medir y evaluar estos retos sociológicos, y hacer propuestas para que los deseos y expectativas de los jóvenes puedan verse satisfechos sin depender tanto de una estabilidad económica elusiva.

Logo del Observatorio de la Juventud en Iberoamérica (OJI)

Cecilia Serrano y Javier García-Manglano

Referencias

  • Agencia Estatal de Administración Tributaria (AEAT) (2019). Mercado de trabajo y pensiones en las fuentes tributarias.
  • Arnett, J. J. (2000). “Emerging adulthood. A theory of development from the late teens through the twenties”. The American Psychologist, 55(5), 469-480.
  • Castro-Martín, T., Martín-García, T. y Abellán, A. (2015). “Tras las huellas de la crisis económica en la demografía española”. Panorama Social, 22, 43-60.
  • Consejo de la Juventud de España (2020). Observatorio de Emancipación Juvenil.
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  • Instituto de la Juventud (Injuve) (2017). Informe juventud en España 2016.
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