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21 mayo 2019

Adicciones digitales II: Pornonativos

La noticia apareció recientemente en un periódico nacional: María, de 12 años, había sido siempre una niña tirando a regordeta, por lo que sus padres achacaron su rapidísima y extrema pérdida de peso, casi quince kilos en los cuatro últimos meses, a un trastorno alimenticio. De igual forma interpretaban sus visibles signos de depresión, día a día más y más evidentes y día a día más descorazonadores para unos padres incapaces de arrancar de ella ni una sola palabra. Hasta que un día la madre descubrió algo que se le había pasado por alto durante bastantes meses y que la dejó atónita: el jersey de María estaba lleno de manchas de semen. Como es evidente, la niña tuvo que terminar rompiendo su silencio y contar lo que estaba sucediendo: unos meses antes, varios niños de su escuela la habían encerrado en el baño y se masturbaron a su lado. “Si dices algo”, la amenazaron, “le contaremos a todos que eres una puta”. Ella guardó silencio y ellos, envalentonados por su silencio, intensificaron tanto la periodicidad como la intensidad de las prácticas. Cuando la noticia saltó e intervino el colegio, la policía y los padres de los niños, estos respondieron con una naturalidad aterradora: “hemos hecho lo que hemos visto en el móvil”.

Lo que esos niños (y sí, subrayo, niños) habían visto en el móvil no era sino una práctica que debe su nombre al japonés y cuya sección propia no falta en prácticamente ninguna página de contenido sexual, el Bukkake. La noticia es fuerte, de eso no cabe duda pero ¿es suficiente para hacer saltar alarmas? De forma aislada, probablemente no, aunque si este tipo de prácticas realmente se están haciendo cada vez más frecuentes, como alertan no pocos psicólogos infantiles, tendría que ser ya motivo más que justificado de preocupación. De todas formas ¿es así como hay que verlo, como un acontecimiento puntual, aislado? Esta es, quizás, una de las cuestiones más controvertidas que nos encontraremos aquí, porque exactamente la misma pregunta se hacen a diario cientos de periodistas o tertulianos, los nuevos líderes de opinión, al ofrecer y analizar noticias como la anterior: ¿consideramos las noticias sobre la práctica adolescente de la así llamada “ruleta sexual” o “muelle” también como casos aislados? ¿Y los casos, cada vez más frecuentes, de fiestas de “sexo a pelo” o “barebacking”? ¿o el “mamading”, tristemente conocido cuando salió a la luz por los reclamos publicitarios de los bares y discotecas en Mallorca en las que se ofrecían a adolescentes y jóvenes felaciones gratis a cambio de copas? Si, como digo, todos los casos anteriores se interpretan como fenómenos aislados con muy débil o incluso nula relación entre sí y, a lo que salga, además, se le pega la coletilla “bueno, es normal, ya se sabe, son jóvenes”, todo en orden. Si, por el contrario, como creo, todos estos casos “aislados” (y muchos otros que no he enumerado por no hacer tediosa la lectura) se ven como síntomas de una misma disfunción social que es el acceso masivo de niños, preadolescentes y adolescentes a un material no pensado para ellos (no por casualidad se le denomina habitualmente contenido “para adultos”), la cosa cambia. Mucho.

En una sociedad sin educación sexual, el porno es tu libro de instrucciones. Pero resulta que con este tipo de ficción (…) también has aprendido que esto (imagen de una chica ebria) es una oportunidad. Que si ella no pone resistencia no es una violación. El porno más machista seguirá siendo la única lección de educación sexual a la que accederá tu hijo… y tu hija. Y mientras siga así seguiremos fabricando violadores en manada. Seguiremos acumulando minutos de silencio. Y seguiremos estando en manos de jueces que crean que una violación es un jolgorio sexual.

Habitualmente, cuando ya tengo todo el material recopilado para escribir y los ojos me hacen chiribitas viendo tanto libro marcado, tantas citas y datos, contradictorios muchas veces, trato siempre de recordar el consejo que le daba el rey a Alicia en el País de las Maravillas: “empieza por el principio y cuando llegues al final… ¡te paras!”. Quizás parezca algo tonto, pero suele darme buen resultado para no dejarme ni distraer por detalles insignificantes ni devorar por la sobresaturación de fuentes. El problema aquí es ¿Cuál es el principio de todo este autentico nudo gordiano que es la pornografía, los orígenes de su relevancia en nuestras sociedades y sus efectos, especialmente entre preadolescentes y adolescentes? ¿Por dónde agarrar primero? Propongo, por lo menos, tres extremos:

  • Durante más de medio siglo ya, como poco, venimos asistiendo a un claro proceso de pornografización de las sociedades occidentales que se ven en la obligación de aumentar, década a década (año a año podría decirse casi), su dosis de estímulo sexual, algo que si bien comienza por la publicidad, dada la potencia del sex appeal como carnaza para las ventas, más adelante se extiende al mundo del cine, los vídeos musicales o las series de televisión. Esta “escalada de estímulos” hace que, siguiendo la lógica propia de las adicciones, cada vez sea más complicado producir el mismo efecto con la misma dosis, por lo que esta ha de ser aumentada periódicamente. Lo obsceno, etimológicamente obs-scaena, es decir, “fuera de escena”, va transformándose poco a poco en on/esceno a través de un proceso por el que se “atrae a la escena pública los órganos, los actos, los cuerpos y los placeres que hasta el momento habían sido considerados obscenos” [1]. Hasta empapar plenamente, añadirá aquí el filósofo de moda Byung-Chul Han, la lógica profunda de nuestra sociedad, quedando todo “vuelto hacia fuera, descubierto, despojado, desvestido y expuesto” para su inmediata devoración en “la “sociedad porno” [2].
  • Enmarcado dentro de este proceso de pornografización social, y por lo menos desde finales del pasado siglo, el basto grupo de “la juventud”, cimentado en los cincuenta y sesenta, sufre un proceso de mitosis por el cuál una parte de él, la de menor edad, se desvincula y va adquiriendo una cierta independencia, por lo menos como nicho de mercado, fagocitando el último tramo de infancia, desde los 8 hasta los 12 años: los Tweens. Visto críticamente, el fenómeno Tween no es realmente mucho más que eso, un nuevo nicho de mercado que, ya entrado el nuevo siglo, se ha convertido en “la generación más orientada a las marcas, más involucrada en el consumo y más materialista de la historia” [3], lo que, atendiendo al anterior fenómeno de pornografización social, la convierte en una suerte de infancia sexualizada, cada vez más preocupada por los últimos modelos de las revistas dirigidas a ellos (en las que ya se les ofrece, sin ningún pudor, un abierto contenido sexual) y por su propio cuerpo, tanto como sujeto como, incluso, como objeto sexual. Las consecuencias de esta sexualización de la infancia han sido y siguen siendo tremendas, comenzando por el drástico descenso de la edad de entrada a la anorexia y la bulimia, antes en torno a los 14-15 , ahora por debajo incluso de los 10 (¿a nadie le ha sorprendido de la anécdota del principio del artículo la naturalidad con la que los padres atribuyen a su hija de 12 años un trastorno alimenticio?).
  • La revolución del acceso al contenido para adultos protagonizado por las nuevas tecnologías de la comunicación corre a la par del anterior proceso y será, propongo, el tercer extremo que agarrar en nuestro análisis, unas tecnologías que, recordemos las cifras del anterior artículo de Adicciones Digitales, ponen a disposición a uno de cada tres niños de 10 años y al 70% de los que tienen 12, millones de vídeos porno. Según un estudio de esta última página realizado en el 2015, solamente sus usuarios consumían al año 87.849 vídeos pornográficos, el equivalente a 4.392 millones de horas de visionado.

Nuestro problema surge en la confluencia de estos tres fenómenos, como poco, y es algo prácticamente desconocido en toda la historia de la humanidad [4]: la Generación XXX, como la bautizó recientemente The Economist o, según la fórmula que ha terminado cuajando en nuestra lengua, los pornonativos. Una generación que ha visto contenidos pornográficos ¡antes incluso de dar su primer beso!: los especialistas estimaban en un estudio del 2015 que la primera visualización tenía lugar a los 9 años y que 9 de cada 10 chicos y 6 de cada 10 chicas consume habitualmente pornografía antes de los 18 años. Los menores de 10 años, representan el 10% de los consumidores de pornografía en la red y más del 40% de las búsquedas que realizan están relacionadas con contenido pornográfico. Una generación, además, que acorde con la filosofía de red 2.0 convierte asimismo a los propios adolescentes en “productores” a través de lo que se conoce como sexting, fotografiando, grabando y muchas veces subiendo a la red material pornográfico, a veces de sí mismos y otras veces de parejas o compañeros de clase [5]. Ahora bien, lo que ven ¿es solo Bukkake? No… Bukkake, Gangbangs, BDSM, violaciones grupales (a veces de adolescentes) o sexo con mujeres embarazadas.

El problema de los nudos gordianos, muchas veces, no estriba tanto en que sean ya de por sí un problema, sino de la forma que no pocos tienen de abordarlos y “deshacerlos”… a machetazo limpio [6]. Así, en un estudio realizado en 2013 en la Universidad de Middlesex en Reino Unido de 40.000 estudios sobre pornografía analizados, solamente 276 estaban libres de “sesgo ideológico particular” o, simplemente, de fallos metodológicos [7]. Teniendo en cuenta esto, propongo al lector un ejercicio mucho más sencillo que zambullirse en los infinitos dimes y diretes académicos: entrar en algunas de las páginas de pornografía con mayor número de visitas (Pornhub, XNXX, XVideos o Serviporno) y mirar… pero esta vez hacerlo de forma diferente, con los ojos de un chaval de 9, 10, 11, 12 años… Nada en las mangas, ningún enrevesado análisis de regresión múltiple, ni varianzas, ni chi-cuadrados. Tecleemos en el ordenador el nombre de alguna de estas páginas… y simplemente observemos. Yo aquí me centraré solamente en dos puntos, muy concretos y breves pero que me parecen de suma importancia:

  • Después de comprobar en la pestaña “categorías” (o en el buscador del que toda página dispone), que toda la lista que realicé antes no es ninguna exageración y que, efectivamente, ahí están todas esas secciones (recomiendo buscar por “forced” o “humiliated” en vez de por “raped”), lo primero que invito al lector a comprobar es más lo que falta en ellas que lo que se puede encontrar: ¡mujeres! En efecto, es increíble, pero en este tipo de páginas no hay ni rastro de ellas… ¡ni una! Hay, eso sí, todo tipo de apelativo despectivo que pueda colocar a la mujer en un papel al servicio de los deseos sexuales del hombre. No haré ninguna lista de estos apelativos, pero sí una observación que me parece bastante relevante: las semanas que he estado preparando este artículo, a la hora de entrar en un vídeo concreto, he encontrado tres anuncios, los tres, atención, de videojuegos sexuales. Dos de ellos solo muestran los gráficos del videojuego y anuncian el nombre. El tercero tiene una voz en off de mujer que dice: “…el primer juego del 2019 donde podrás personalizar a tu esclava sexual”.
  • “Si te vas a tomar la molestia de llamar golfa a una mujer y azotarla”, escribe sarcásticamente Tristan Taormino, educadora sexual, “más vale que el resultado final de todo sea un orgasmo alucinante para ella” [8]. Pues no, tampoco. Pero ¿para qué? Las mujeres pueden disfrutar de las relaciones sexuales pero ¿no acabamos de decir que no hay ni rastro de ellas en ese tipo de páginas? Algunas lo achacan a las difíciles posturas o los cortes constantes del rodaje, pero lo cierto es que las razones del omni-ausente orgasmo femenino en una época (y una industria) que se ha dado en llamar orgasmocentrica responde a una lógica mucho más profunda: una “pelota”, una expresión bastante usada por las actrices porno para describir como se sintieron tratadas en las escenas que rodaban (“como si fuera una pelota”) no necesita preliminares, ni sexo oral, ni nada que no tenga que ver exclusivamente con el placer del hombre… y por supuesto, una “pelota” tampoco tiene ni idea de lo que significa tener un papel activo en la relación sexual, ¡hasta ahí podíamos llegar, hombre! Porque a fin de cuentas, y en esto no puedo estar más de acuerdo con Ran Gavrieli “si le preguntáramos al porno –si fuera posible preguntarle algo– qué es lo que caracteriza lo sexual, qué es lo que convierte a algo en sexual, se reiría en nuestra cara <¿Que qué define lo que es sexual? La excitación del hombre” [9]. Y nada más.

Creo que ha llegado el momento en el que se hace conveniente que haga una pequeña aclaración de carácter personal: en principio (y subrayo, en principio) no tengo absolutamente nada contra el porno. Creo, con Barba y Montes en su espléndido ensayo La ceremonia del porno, que “habría que desconfiar de quien habla con llaneza sobre pornografía (…) está seguro de contemplarla con ecuanimidad y distancia” [10], pero también que una cosa es ser sujeto y, por lo tanto, subjetivo, y otra muy diferente tener prejuicios que sesguen un análisis lo más limpio y claro posible. Personalmente no comparto prácticamente ninguna de las críticas dirigidas contra el porno, ni las de un conservadurismo moral, que lo rechaza de plano, ni las del feminismo radical, para el que la pornografía es “Dachau llevado al dormitorio y celebrado” [11]. Ahora bien, una cosa es no tener, en principio, nada contra el porno, y otra muy diferente el fenómeno de los pornonativos que, se vea por donde se vea, es, simple y llanamente, una ABERRACIÓN. Porque si bien es cierto, dice el conocidísimo actor porno español Nacho Vidal, que no tiene sentido cuando estas con tu hijo y sale una teta en televisión y ¡no mires, niño! Como si fuera algo malo… también lo es que, como podemos comprobar solo con tres minutos en una de estas páginas, cuando hablamos de pornografía no estamos hablando ni de ver ninguna parte concreta del cuerpo de una mujer ni de ver a alguien teniendo relaciones sexuales, sino de una serie de fantasías adultas masculinas de mejor o peor gusto, si así se quiere ver, pero predominantemente humillantes, violentas y crueles que, sin una educación sexual previa, formateará el disco duro del pre-adolescente y condicionará decisivamente la forma en la que éste viva (y haga vivir a los demás) su vida sexual en el futuro, como sí ha quedado más que demostrado, desde su elección de pareja hasta la forma de tratarla, incluyendo que duda cabe las violentas [12], al no disponer aún de las encimas intelectuales, físicas o afectivas necesarias para poder interpretar ni, y esto creo que es esencial aquí, para poder “defenderse”, para analizar de forma mínimamente crítica aquello que los adultos podemos ver simplemente, si así se quiere interpretar, como simples fantasías [13].

Ay, la educación sexual… qué expresión tan bonita… ¡y falsa ! Por lo menos si tenemos en cuenta que en pleno siglo XXI (a veces es difícil de creer que lo estemos, ¿eh?) la así llamada “educación sexual” sigue pareciendo un chiste, un chiste de mal gusto con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de dragón, una quimera, vamos, que es en lo que se convierte una utopía cuando sigue sin atisbarse ni un pequeño rayo de luz desde ninguno de los puntos cardinales hacia los que se mire, ni político, ni institucional. Se hace inconcebible que ante tantas propuestas de nuevas asignaturas a incluir en el currículo escolar, desde cocina hasta ajedrez, no exista ningún tipo de obligación legislativa de incluir nada que tenga que ver con la sexualidad ya sea a nivel biológico, psicológico o social, en especial cuando en numerosos países de nuestro entorno europeo la educación sexual sujeta a un plan de estudios formal tiene ya una historia de más de medio siglo, estando implantada en 19 países .

Y sin embargo es precisamente ahí, en una educación sexual que realmente merezca ese nombre, donde se encuentra la única solución posible de este complejo problema, una educación sexual completa y sin sesgos ideológicos [14] que empiece a impartirse a edades más realistas, ajustadas a este nuevo fenómeno. La censura, aparte de ser tan inútil como lo ha sido siempre (y más aún en el caso de las nuevas tecnologías, en las que los auténticos maestros son los más jóvenes [15]), no me parece que vaya a mejorar la situación, probablemente incluso la empeoraría. ¿Y el porno feminista? Bueno, creo que puede ser efectivo para educar y modelar la conducta sexual [16], pero a fin de cuentas no es, como explica Taormino, sino “porno orgánico de comercio justo” y cómo tal necesita una demanda de consumo que hace inevitable una educación sexual previa, la suficiente concienciación como para que, ante una escena de porno normal, el joven grite: ¡¿pero qué clase de aberración es esta?!

Sin una educación sexual y afectiva realista, de “amplio espectro”, rica en principios y valores humanos profundos, realista y efectiva», absolutamente esencial para la igualdad de género, como subrayaba recientemente la UNESCO, el porno seguirá siendo la única educación sexual real de nuestros pre- y adolescentes. Y mientras eso siga sucediendo seguiremos permitiendo la sistemática fabricación de futuras manadas; tanto las de los violadores como las de los jueces que permiten que los primeros salgan impunes o con un amable coscorrón. Solo es cuestión de tiempo. Tic…

Fotografía de Juan M. González-Anleo.

Juan M. González-Anleo

Sociólogo, psicólogo social, Experto en Juventud (OJI)

Notas

  • [1]

    Williams, L. Hard Core, citado en Barba, A.; Montes, J. (2007). La ceremonia del porno. Barcelona: Anagrama, p. 81.

  • [2]

    Han, B-Ch. (2012). La sociedad de la transparencia. Barcelona: Herder, pp. 29 y 45 y ss.

  • [3]

    Schor, J. B. (2004). Born to Buy. New York: Scribner, p. 13.

  • [4]

    La pederastia característica de la paideia (compendio de saberes, valores y conocimientos técnicos que se consideraban necesarios trasmitir al joven en la antigua Grecia), por poner un ejemplo que supongo que le habrá venido a más de un lector a la cabeza, pese a haber dado nombre a este tipo de prácticas, estaba terminantemente prohibido con niños antes de alcanzar la plena pubertad. Los ritos de iniciación de los Etoro en Papúa Nueva Guinea en los que el joven debía ser objeto de una forma de gangbang colectivo, por poner otro ejemplo “escandaloso”, tampoco podían llevarse a cabo antes de la entrada en la pubertad, a partir, como mínimo, de los doce años.

  • [5]

    En el estudio del 2017 Relaciones Intergrupales y Ciberbulling en el Alumnado de la E.S.O. Barbero Alcocer detecta que en 4º de la ESO un 8% de los alumnos realizaban sexting, a lo que hay que añadir un 10,8% más que afirmaba tomar imagines de este tipo y compartirlas en Internet.

  • [6]

    Una anécdota no muy conocida es que la expresión “nudo gordiano” proviene de Gordio, el primer pueblo que podía encontrarse a la entrada del Imperio Persa. La leyenda decía que quien consiguiese deshacer el nudo, atado a un viejo carro, se convertiría en el emperador de todo aquel basto imperio. Cuando Alejandro Magno llegó allí, como era habitual, le ofrecieron deshacerlo, algo que nadie había conseguido nunca. Alejandro, con su habitual sobradez, respondió que era demasiado tarde y que al día siguiente lo haría, lo que dejó tanto al pueblo como a sus tropas en vilo hasta el alba, cuando salió de su tienda, se acercó al famoso nudo al tiempo que desenvainaba su espada y lo “deshizo”… ¡a espadazo puro! Esta anécdota, me parece a mi, es una metáfora de lo más reveladora sobre lo que no pocos científicos llevan haciendo, desde hace siglos, con los “nudos gordianos” de sus disciplinas, especialmente en los estudios sobre pornografía (XXX) como disciplina académica ya establecida desde hace más de tres décadas. Ofrezco, a quien quiera profundizar en este tema, una de las mejores fuentes que he encontrado disponibles online: Adolescents and Pornography: A Review of 20 Years of Research, de Jochen Peter y Patti M. Valkenburg, disponible en https://www.pattivalkenburg.nl/images/2016_Peter__Valkenburg__Pornography.pdf

  • [7]

    Horvath, M. Et. al. (2013). “Basically… porn is everywhere” A Rapid Evidence Assessment on the Effects that Access and Exposure to Pornography has on Children and Young People. Disponible en https://www.researchgate.net/publication/236902443_A_Rapid_Evidence_Assessment_on_the_Effects_that_Access_and_Exposure_to_Pornography_has_on_Children_and_Young_People.

  • [8]

    Taormino, T. (2016). Tomando el mando: porno feminista en la teoría y en la práctica. En VV.AA. Porno feminista. Las políticas de producir placer, pp. 393-409. Editorial Medusina p. 397.

  • [9]

    Gavrieli, R. (2017). ¿Por qué dejé de ver porno? Barcelona: Editorial mapas colectivos, p. 19.

  • [10] Barba, A.; Montes, J. (2007). La ceremonia del porno. Barcelona: Anagrama, p. 14.
  • [11]

    Dworkin, Andrea (2006). Intercourse. Nueva York: Basic Books. Disponible en: https://books.google.hn/books?id=0qn464hpv1cC

  • [12] Como comprendo que el lector no esta para ponerse a leer decenas de artículos sobre el tema, le propongo una revisión muy reciente de los más importantes y serios en: https://aifs.gov.au/research/research-reports/effects-pornography-children-and-young-people
  • [13] Fantasías de dominio o fantasías de representación, en eso se dejaría sintetizar la pornografía… pero, “de cualquier modo, son fantasías” Echavarren, R. (2013). Las fronteras del porno. Ensayo sobre la invención literaria de la pornografía y sus avatares tecnológicos. La flauta mágica, p. 8.
  • [14] Son llamativos en este sentido los datos del macro estudio realizado por BMJ Open en 10 países, desde EEUU a Japón, en los que los propios alumnos califican la asignatura como muy negativa, alejada de la realidad, con fortísimo sesgo heterosexual e impartida por profesores poco capacitados que se sienten avergonzados.
  • [15] La misma semana en que termino este artículo ha salido en Inglaterra un revolucionario sistema de verificación para comprobar si se tiene mas de 18 años y así poder acceder a contenido pornográfico. El sistema fue burlado en menos de... ¡dos minutos!
  • [16] Hartley, N (2016). Porno: un medio efectivo para educar y modelar la conducta sexual. En VV.AA. Porno feminista. Las políticas de producir placer, pp. 349-393. Editorial Medusina p. 397.