TICs
04 diciembre 2023

Jóvenes, educación e inteligencia artificial: un mundo feliz en tiempos modernos

Me acabo de topar de lleno con la “metacreación musical” [1] y la “creatividad musical computacional” [2]. Así es, sin quererlo ni preverlo, de forma casual, los logaritmos de internet me han llevado a escuchar el éxito Daddy’s Car [3], una pieza musical producida y arreglada en 2017 por el compositor francés Benoît Carré, a partir del proyecto de investigación Flow Machines [4], que explora la intersección entre la inteligencia artificial (IA) y la música. Esta herramienta online es capaz de generar composiciones como la de Carré, y para ello solo necesita de un humano para seleccionar y aplicar un estilo musical.

Al interesarme por esta canción, el logaritmo me ha vuelto a sugerir otra escucha diferente: el álbum musical I Am Ai (2018) [5], de Taryn Southern, artista norteamericana que crea por primera vez un elepé donde la inteligencia artificial lo es casi todo gracias a múltiples programas y la selección aleatoria. Tal fue el logro que Break Free, uno de los temas de Taryn inspirado por el estilo de Kurt Cobain, Jimi Hendrix, Amy Winehouse y Jim Morrison, ha roto moldes con sus más de 2,2 millones de visitas en internet.

Del mismo modo que en la música, este fenómeno técnico se ha extendido a todos los ámbitos. Es un hecho que los “rápidos avances tecnológicos en la inteligencia artificial, así como en otras tecnologías […], están transformando [todo tipo] de disciplinas, economías e industrias, y desafiando las ideas sobre lo que significa ser humano” [6]. Estas “tecnologías disruptivas” nos “lanzan al ágora pública donde las viejas palabras se redefinen y, con ellas, el lenguaje y nuestra cultura” [7]. De meras herramientas, han llegado a convertirse en verdaderos entornos donde habitamos.

Tiempos modernos

Sin embargo, la revolución de la IA no surge en este preciso momento. “Lleva ya mucho con nosotros”, comentaba Silvia Leal, especialista en inteligencia artificial [8], y, democratizadas, forman parte de la vida cotidiana [9]. De hecho, en los años setenta, los músicos también se ayudaban con el machine learning [10] (aprendizaje automático) y, en general, con la inteligencia artificial. Es más, mucho antes, en 1951, Alan Turing ya había fabricado la máquina Ferranti Mark I, elaborando por primera vez tres melodías. Ni que decir sobre períodos como la Gran Depresión de 1929, reflejada en la película Tiempos modernos” [11], la sátira de Chaplin en la cual se puede apreciar la sustitución de la mano de obra por maquinaria.

No obstante, quizá uno de los principales detonantes de esta explosión de inteligencia artificial lo ha subrayado el Parlamento Europeo [12], indicando que la inteligencia artificial se “puso especialmente de manifiesto con la necesidad del aprendizaje a distancia durante la pandemia de covid-19”. Y es que la “Educación de calidad” es el número 4 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030.

Tras este hito, la pospandemia ha evidenciado aún más “el indudable uso generalizado que las personas jóvenes y adolescentes hacen de internet, las redes sociales e innumerables aplicaciones, en muchos casos de manera intensiva” [13]. Según la profesora y doctora Dolors Reig [14], “en la universidad es el alumnado quien mejor conoce la inteligencia artificial”. Corroborando la certeza, datos de la empresa IBM [15] han registrado que 8 de cada 10 jóvenes sabe qué es la inteligencia artificial, y un 85,2% están convencidos de que está transformando el modo en el que trabajan los profesionales. Por su parte, la Fundación SM [16] ha observado en su último Sondeo Flash que más de la mitad de la juventud española teme haber elegido un itinerario formativo con la intención de desempeñar una profesión que vaya a ser sustituida por la tecnología. Asimismo, en el informe GoStudent [17], el 61% de los y las jóvenes entre 14 y 16 años en España expresa que les gustaría estudiar inteligencia artificial en secundaria, interés compartido por los padres en más de un 80%, así como casi la mitad de los y las jóvenes cree que el metaverso podría algún día sustituir por completo a las aulas (45%).

Continuando con la radiografía en cifras, el ChatGPT versión 4 [18], el chatbot más popular en la actualidad, está dentro del “Top 200” de sitios web y aplicaciones más visitados por hombres de 18 a 24 años, ocupando el puesto 159 en la lista, con una dedicación de 9,6 minutos de media al día, por debajo, eso sí, de OnlyFans y Wikipedia.

En este escenario, estudios como el de PIRLS (Estudio Internacional de Progreso en Comprensión Lectora [19]), dejan ver, además, ciertas preocupaciones internacionales ligadas a la digitalización en las propuestas formativas aparecidas después del confinamiento. Las conclusiones revelan que se vislumbra un deterioro del nivel educativo español en algunas áreas, constatándose que el alumnado de cuarto de primaria (la futura generación) tiene una puntuación promedio más baja en comprensión lectora que la media de los países de la Unión Europea y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.

Un mundo feliz

Con este tablero de juego en uso, se plantean muchas cuestiones de calado ético, y parece que la separación entre oportunidades y amenazas en la inteligencia artificial “no es más ancha que el filo de un cuchillo” [20]. ¿Cómo afecta la inteligencia artificial a la educación de los y las jóvenes?, ¿dónde está la linde entre la realidad y la ficción?, ¿las herramientas de la inteligencia artificial serán un respaldo valioso e impulso de creatividad o un desafío para el pensamiento crítico y el sistema educativo en sí? Como en Un mundo feliz, de Aldous Huxley [21], ¿cada cambio es una amenaza para la estabilidad?, ¿se puede distinguir la obra de una persona y la realizada por inteligencia artificial?

Las preguntas previas conducen hacia el análisis de los aspectos positivos y negativos de la implementación y estabilización de la inteligencia artificial en las vidas de adolescentes y jóvenes.

Más allá de los beneficios y perjuicios en los sectores públicos, sociales (como el Pacto Verde), empresariales, y el refuerzo democrático de seguridad y protección que menciona el Parlamento Europeo [22], se observan como ventajas de la inteligencia artificial y el metaverso el aumento de “la calidad del aprendizaje y la adaptación” y “la personalización y la eficiencia que permite dedicar cada vez más tiempo a los y las estudiantes” [8]. Estas tecnologías generan nuevas formas de captar la atención y “experiencias tan intensas que son imposibles de olvidar”, con una “retroalimentación a modo de tutor virtual”, explica Leal. Entonces, aparecen nuevos colaboradores en el proceso educativo y el “rol del estudiante y profesor evoluciona” [24], siendo el alumno actor principal junto con el educador, “que debe aprender a usar esta tecnología para facilitar el aprendizaje, no para controlarlo”.

Asimismo, la “creciente dependencia de los sistemas de inteligencia artificial plantea riesgos”. Es el caso de la “infrautilización o uso excesivo de la inteligencia artificial” [23], que se está convirtiendo en un “problema de salud pública”, ya que “aunque no es posible establecer relaciones de causalidad, las cifras permiten constatar la estrecha relación entre las nuevas formas de adicción tecnológica y la salud mental” [13]. Al respecto, “llama la atención el escaso nivel de supervisión que parecen estar ejerciendo madres y padres […] en el uso de las pantallas”.

Entre las preocupaciones latentes sobre la inteligencia artificial, se ilustra la posibilidad de que ofrezca información falsa, desactualizada o manipulada, y de cribar intencional o involuntariamente el diseño y los datos resultantes. Motivos por los cuales César Poyatos, en  el taller EduCONEC [24], incide en que corremos el peligro de “que tengan sesgos, que puedan discriminar, excluir y reproducir estereotipos”. Los sistemas de IA pueden recomendar “predicciones que generan filtros burbuja limitando la información” y “plagiando al copiar directamente de fuentes externas” [25]. Por estos motivos, es difícil discernir entre algo falso y algo real, algo creado por tecnología o que es obra de alguna persona. Ocurre lo mismo con las imágenes y vídeos deepfakes, o el arte creado con inteligencia artificial. De ahí que la metodología Tooltester [26] haya averiguado que más de la mitad de las personas no puede detectar la diferencia entre contenido producido por un humano y el de una inteligencia artificial, siendo especialmente llamativo entre jóvenes de 18 a 24 años, quienes solo 4 de cada 10 acertó en esta encuesta. Añadiendo más leña al fuego, esta desinformación queda patente con las prácticas juveniles a la hora de documentarse y enterarse de la realidad, ya que “el 47 % de estos jóvenes consumen noticias a través de las redes sociales” [27]. Primicias que les sugieren las propias plataformas sociales según sus hábitos, sus gustos y sus comportamientos en ellas.

Igualmente, el impacto en el empleo [22] demuestra una vez más en esta reflexión la dualidad de los sistemas de inteligencia artificial, que destruirán gran número de puestos de trabajo a la par que crearán otros con nuevos perfiles profesionales en los que el sector tecnológico y la digitalización cobrarán importancia.

Humanismo digital

Debido a estos pros y contras, se vislumbra que las inteligencias artificiales “traen consigo nuevas y tremendas responsabilidades”, apunta Leonhard [28]. Compromisos que conllevan el protagonismo de la educación y la formación.

Estos procesos implican al docente, que tiene el papel crucial de desarrollar en el discente el pensamiento crítico, la creatividad y habilidades de comprensión tecnológica y resolución de los retos expuestos con anterioridad. Las instituciones educativas sortean obstáculos como la transparencia y la brecha digital, a fin de eliminar “la exclusividad en el acceso, el uso y la comprensión de las realidades inmersivas y el mundo virtual”. Y, por tanto, a “evitar la exclusión de jóvenes” [29].

Viendo la posibilidad de que “la inteligencia artificial llegue a superar la capacidad intelectual”, emitía en 2017 el Parlamento Europeo [12], que la inteligencia artificial tiene que servir para mejorar capacidades, no reemplazarlas. Siendo recomendable, además, “que el potencial empoderamiento que encierra el recurso a la robótica […] sea evaluado detenidamente a la luz de la seguridad y la salud humanas; la libertad, la integridad y la dignidad, la autodeterminación y la no discriminación, y la protección de datos personales”. Estos principios éticos se ven reforzados por las voces de jóvenes estudiantes y de investigadoras que hablaron en la Conferencia General de la UNESCO [30], como la de Delfina Belli y Adriana Eufrosina Bora.  

La última incógnita sin responder sería: “¿Qué futuros son deseables y para quién?”. En la actualidad, la forma de educar debería ser capaz de “garantizar sociedades pacíficas, un planeta sano y un progreso compartido que favorezca a todo el mundo” [31].

Por tanto, veamos otras propuestas estratégicas y transversales para renovar la educación y considerar la IA [31] [32] con el fin de asegurar el futuro juvenil: “organizarse en torno a los principios de cooperación, colaboración y solidaridad”, “realizar un plan de estudios que haga hincapié en el aprendizaje ecológico, intercultural e interdisciplinario”, “profesionalizar la enseñanza” y “hacer que las escuelas sean sitios protegidos”. En cuanto a la inteligencia artificial [32] [33], debe respetar la “equidad e igualdad de géneros”, “desarrollar valores y competencias”, favorecer el “seguimiento, la evaluación y la investigación” y potenciar la “agencia de la infancia”.

En definitiva, en este paradigma de inteligencia artificial que poco a poco se va definiendo, abogo por el “humanismo digital” que propone The Future Game [34], opción que “imagina nuevos futuros” asegurando que la tecnología y la digitalización estén al servicio del ser humano y enfatizando “la idea de que los y las jóvenes necesitan repensar internet y las IA desde un punto de vista más humano, reformular las reglas máquina-persona y desarrollar un código cívico que nos ayude a mejorar la convivencia” en la red.

Logo del Observatorio de la Juventud en Iberoamérica (OJI)

Pilar Nicolás Rodríguez

Referencias