Género
27 febrero 2020

Tecnología y redes. Avances y resistencias para la igualdad de género

El patriarcado es un juez, que nos juzga por nacer y nuestro castigo es la violencia que no ves.

Hoy en día se puede decir que, tanto en Europa como en América Latina (en su gran parte), vivimos en sociedades formalmente igualitarias donde las instituciones cuentan con herramientas e instrumentos para asegurar que legalmente ninguna mujer, por el hecho de serlo, pueda ser discriminada. Esta idea o presunción de “objetivo cumplido” puede llevarnos a no tomar en cuenta aquellos espacios que actúan como fronteras para la consecución de la igualdad de género. Una de estas fronteras, quizás la más omnipresente para las personas jóvenes, es la esfera digital.

Si bien los aspectos positivos y negativos del mundo digital son bien conocidos, aún carecemos de una idea clara de lo que realmente implica ser una mujer navegando por el ciberespacio, y qué problemas específicos puede ocasionar este viaje. Por un lado, asistimos a lo que muchas teóricas ya denominan cuarta ola del feminismo[1], una ola definida especialmente por la tecnología. Internet está permitiendo construir un movimiento online fuerte y global. Como comenta la filósofa Nina Power, hay adolescentes hoy creciendo con Twitter y Tumblr, que entienden perfectamente el lenguaje y los conceptos feministas, que son activas en una variedad inmensa de temas. Pero, por otro lado, asistimos tanto a una proliferación del discurso sexista en términos de discurso de odio, lo que ya ha merecido una resolución en julio de 2018 del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, como a la persistencia de una fuerte división de género en lo que respecta a los usos de la tecnología y espacios digitales como YouTube o los videojuegos.

La nueva ola de igualdad y diversidad. Lo que vemos (o queremos ver)

El feminismo, actualmente y por tercera vez en su historia, subraya Rosa Cobo, se ha convertido en un movimiento de masas, pero, esta cuarta ola presenta una novedad: el feminismo se ha hecho finalmente global. Esta circunstancia se explica porque el feminismo ha tenido la capacidad de ensancharse hacia dentro _ reconociendo las múltiples formas de pensarse mujer, hombre o incluso, ninguno de los dos, _ y hacia fuera _ haciendo de paraguas para denunciar otras situaciones de exclusión unidas al género, como la raza, la clase o la condición migratoria. Pero su condición de globalidad tampoco podría explicarse sin la expansión del uso de las tecnologías, sólo así se pueden entender las grandes movilizaciones como el #Metoo nacido en EE. UU, #NiUnaMenos en Argentina, #EleÑao en Brasil o el #YoSiTeCreo en España. Globalidad, diversidad y tecnología serían pues las tres principales características de esta nueva ola.

Lo interesante, es que muchos de los rasgos que caracterizan a esta nueva ola se relacionan con lo propiamente juvenil, o, dicho de otra manera, son características atribuibles a la participación de las personas jóvenes en la movilización global por la igualdad de género. Para entender esto hay que seguir el rastro que han dejado las grandes movilizaciones juveniles que han tenido lugar en Iberoamérica desde el año 2006: la irrupción del movimiento estudiantil en Chile, seguido por los estudiantes colombianos de la MANE, las protestas masivas en Brasil como “Acampa sampa”, #YoSoy132 en México o el movimiento 15M en España. Todos ellos introdujeron una serie de nuevas coordenadas en lo que respecta al contenido y organización de la protesta social: el uso de la tecnología para conectar no solo lo que ocurría en las calles con el activismo virtual (y viceversa), sino también la protesta a nivel local y global, permitiéndoles aprender unos de los otros y construyendo de esta manera, una nueva y muy potente inteligencia colectiva (Galdón, 2018). La presencia de identidades diversas en las movilizaciones que plantearon una unidad de acción desde la diversidad y la inclusividad (interseccionalidad). Lógicas de liderazgo horizontal y de organización en red; Y formas novedosas de intervenir en el espacio público, como las performances artísticas y los flash mobs. Para muestra, el caso de la performance del colectivo Las Tesis “Un violador en tu camino”, un fenómeno viral que se ha reproducido virtual y físicamente en los cinco continentes.

Como apuntan Marina Larrondo y Camila Ponce, las demandas de género (el repudio a la violencia, el derecho a una sexualidad libre, el cuestionamiento de los modelos de belleza, etc.) comenzaron a atravesar numerosos colectivos juveniles, mientras que otros colectivos se nucleaban en torno a éstas y retomaban otras reivindicaciones desde allí (Larrondo y Ponce, 2019).

Así, los movimientos feministas integrados por militantes de generaciones anteriores entraron en contacto con las herramientas y lenguajes de los y las activistas más jóvenes. Este diálogo intergeneracional ha permitido que el discurso de la igualdad irrumpa no solo en las calles, en las instituciones públicas, en los espacios digitales y en nuestra vida cotidiana, si no también en las identidades juveniles, atravesándolo todo y transformándolo. El trabajo de la investigadora argentina Elena Faour sobre las formas de activismo observadas en los centros de educación secundaria respalda esta idea, vemos como las estudiantes argentinas no solo están denunciando situaciones de discriminación y machismo que afectan a la organización escolar, sino también la forma misma en la que los jóvenes se piensan a sí mismos en su accionar cotidiano, produciéndose, incluso, fuertes crisis en los adolescentes y jóvenes. Esto último se convierte en una de las dimensiones clave para explicar la reacción que se trata en el siguiente punto.

Ciberviolencia y espacios cerrados. Lo que no vemos (o no queremos ver)

“Con toda acción ocurre siempre una reacción igual y contraria”, si esta nueva ola feminista se está sirviendo de lo digital para globalizar el discurso y lucha por la igualdad de género, la reacción frente a este discurso también se está articulando en buena medida desde los espacios digitales.

Hace algunos años se acuñó el término manosphere o “manosfera”, en su traducción española, para hacer referencia a un conjunto indefinido de blogs, foros, páginas web, cuentas de Twitter, YouTube y Facebook, y otras publicaciones mediáticas; unidas por su odio y resentimiento contra las mujeres en general, y contra las feministas, en particular (Hanash Martínez, 2018). El concepto nos pone sobre la idea de que las agresiones online no deben entenderse como una concatenación de hechos aislados, si no como un fenómeno de violencia sistemática contra las mujeres, por el mero hecho de serlo y contra aquellas personas que trasgreden las normas sociales del género y la sexualidad (personas homosexuales, trans, etc.).

Como advierte el informe de la relatora de las NN.UU, Internet se ha convertido en un sitio en que se ejercen diversas formas de violencia contra las mujeres y las niñas, como expresiones discriminatorias, acoso, amenazas, difusión de información personal o extorsión. Un fenómeno que, pese a su novedad, no ha de entenderse de manera separada a los sistemas de discriminación que estructuran el “mundo real” (Bartlett et al., 2014).

De acuerdo con la Networked Intelligence for Development (2015), las mujeres son 27 veces más propensas a ser víctimas de abuso online que los hombres (citado en Naciones Unidas, 2015). Según otro estudio elaborado por la Agencia de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea (FRA) en 2014, el acoso cibernético afecta particularmente a las jóvenes, el riesgo de que las mujeres jóvenes de entre 18 y 29 años sean objeto de amenazas e insinuaciones ofensivas en Internet es el doble que el de las mujeres de 40 a 49 años, y más del triple que las de 50 a 59 años.

La investigación que existe hasta el momento sobre el fenómeno de la ciberviolencia basada en el género (especialmente en el mundo hispanohablante), es muy escasa y fragmentaria, más si cabe la que se centra específicamente en el colectivo juvenil. Sin ánimo exhaustividad, aquí trataremos de apuntar algunas ideas que nos ayuden a entender como se articula este tipo específico de violencia, que, por otra parte, es la cara más visible de la reacción frente a los avances del feminismo. KhosraviNik y Esposito (2018) proponen para ello dos dimensiones clave:

1. La persistencia de las normas sociales de género en el mundo digital

Las mismas normas sociales que marcan roles y espacios diferenciados para hombres y mujeres en el espacio físico están presentes (más si cabe) en el espacio digital, condicionando el tipo de contenido que consumen y producen las personas jóvenes.

Mientras que ellas se interesan por la moda, el cuidado personal y la música, ellos siguen y realizan videos más activos en los que participan en retos, realizan bromas, critican a otras personas, y, sobre todo reproducen videos sobre videojuegos. Aquí debemos entender que el tipo de contenidos que se consumen en redes sociales como YouTube o Tick Tock crean y producen identidad, y lo que nos dicen los estudios al respecto, es que las chicas construyen sus identidades, y, por tanto, sus experiencias en parámetros más flexibles (siguen a youtubers chicos, ven videos sobre videojuegos o retos, etc.), mientras que ellos se mantienen en posiciones herméticas y reafirman la necesidad de desvincularse con todo aquello que se cataloga como “femenino”(Vázquez-Barrio, Torrecillas-Lacave y Suárez-Álvarez, 2019). Es decir, construyen identidades más rígidas con respecto a la idea de “masculinidad”.

Por la misma tendencia se generan espacios “cerrados” como es el caso de los videojuegos. Hay muchos más jugadores que jugadoras y esto se explica por las propias dinámicas de la industria, produciendo contenidos sexistas. Se fabrican más videojuegos próximos a los valores “masculinos” como la competitividad, la violencia y los deportes. Al tiempo, los avatares de estos mismos juegos escenifican una asimetría de poderes y una jerarquización de posiciones, mientras que los avatares masculinos son fuertes, y dominantes, los femeninos reflejan sumisión, pero, sobre todo, se configuran como objetos de deseo (Bahillo, 2018).

El acoso y los insultos que sufren muchas jugadoras cuando se identifican como mujeres es una situación bastante habitual. Además, cualquier crítica o intento de transformar la industria desde perspectivas feministas o progresistas en general, es susceptible de generar una respuesta violenta por parte de la comunidad gamer. Un ejemplo de esto lo encontramos en el caso #gamergate y el acoso que sufrió la crítica cultural Anita Sarkeesian, con amenaza de tiroteo incluida, cuando iba a pronunciar una conferencia sobre este tema en la Universidad de Utah (EE.UU).

Las normas sociales de género no solo condicionan el tipo de contenido que producen y consumen los jóvenes, sino también la imagen personal que pueden exponer a través de las redes. La investigación destaca la cantidad significativa de tiempo y esfuerzo dedicado por las chicas a mantener una presencia en línea que muestre una «feminidad apropiada» (Bailey & Steeves, 2015). El estudio de Donoso-Vázquez et. al (2017) con estudiantes de secundaria escolarizados en Barcelona muestra que el 36% de los alumnos encuestados había observado en redes sociales como a veces se insultan a chicas por tener un físico poco atractivo y el 41% dice haber observado a veces que se insulta a una chica por tener varias parejas.

Las tecnologías también estarían sirviendo para perpetuar (incluso aumentar), las pautas de control relacionadas con los mitos del amor romántico. Según los datos del último Barómetro de juventud y género de la FAD, el 25% de los chicos afirmaba que “en una relación sentimental es normal que existan celos, ya que son una prueba de amor (frente al 14% de las chicas); y el 17% de los chicos opinaba que es normal mirar el móvil de tu pareja si piensas que te está engañando (frente al 14% de las chicas).

2. La disciplina ejercida a través de los discursos de odio

La participación social de las mujeres jóvenes en los espacios digitales en demasiados casos se ve comprometida por los ataques que reciben cuando expresan libremente sus opiniones e ideas.

Según los datos del Instituto Europeo para la Igualdad de Género (EIGE) las jóvenes europeas publican hasta un 10% menos, opiniones sobre temas cívicos o políticos en sus redes sociales (23% frente a 33%). Más mujeres jóvenes (9%) que hombres jóvenes (6%) han sido víctimas de acoso en línea. Después de presenciar o experimentar abuso / discurso de odio en línea, el 51% de las mujeres jóvenes y el 42% de los hombres jóvenes en la UE dudan en participar en debates en las redes sociales debido al temor de sufrir más abusos, discurso de odio o amenazas.

La exposición a la violencia es mayor para el caso de las jóvenes que defienden posiciones feministas o participan en algún tipo de activismo (derechos humanos, antirracismo, etc.). Tomamos como ejemplo el caso de la bloguera española Desiré Bela-Lobedde, quien, tras publicar su vídeo en YouTube Ser mujer negra en España (2013), recibió comentarios incitadores al odio racista y machista.

Otro estudio realizado en Chile muestra la alta exposición a la violencia online que afecta a las feministas y otras activistas por los DDHH en el país. El 73,6% declaró explícitamente haber sido víctima de ciberviolencia: sufrieron ataques verbales (91,7%), acoso (25,8%), amenazas (22%) y publicación de información falsa (15%) ( Soto y Sánchez, 2019).

Tal y como apunta el informe de la relatora de las NN.UU antes mencionado, este tipo de violencia que afecta con mayor virulencia a periodistas, blogueras, activistas, etc. Es un ataque directo a la visibilidad de las mujeres y su participación plena en la vida pública. Esto no solo viola el derecho de la mujer a llevar una vida libre de violencia y a participar en línea, sino que también socava el ejercicio democrático y la buena gobernanza.

Cruzar la frontera. Reflexiones finales

La ciberviolencia basada en el género se sirve especialmente de tres características presentes en los espacios digitales: el anonimato; la facilidad para obtener fuentes de información personal; y la permanencia digital, es decir, la dificultad para eliminar material o información del entorno virtual. Pensar que podemos luchar contra la violencia simplemente tratando de modificar estas características implica desatender el gran problema de fondo, el sexismo y las desigualdades de género.

Si queremos “cruzar la frontera” y hacer extensibles a los espacios digitales lo logros conquistados en lo que respecta a la igualdad, debemos dejar de concebir (especialmente en lo que respecta a la educación de los jóvenes), el espacio físico y digital como dos espacios diferenciados. Si somos capaces de entender y por lo tanto trasmitir a los jóvenes, que el abuso, el acoso o la coacción hacia otra persona es algo intolerable en el espacio físico, ¿por qué todavía se piensa que habría de ser diferente en los espacios digitales? Es necesario insistir en esta labor de sensibilización para que los y las jóvenes identifiquen que este tipo de actos en los espacios digitales son en sí mismos, actos de violencia.

La violencia de género se combate con educación y como ya apuntaba Bourdieu (1998), las redes sociales deben entenderse como un espacio de formación tan trascendente como la escuela o la familia. Las tecnologías y los espacios digitales no son el problema, no deben ser vistos como el enemigo, sino como herramientas inestimables a la hora de generar discursos y narrativas de igualdad y diversidad que combatan el odio y la violencia.

Logo del Observatorio de la Juventud en Iberoamérica (OJI)

Ariana Pérez

OJI

Notas

  • [1]

    Amelia Valcárcel (entre muchas otras autoras y autores) clasifican la historia del movimiento feminista en tres olas: El feminismo durante la Ilustración (primera ola), el feminismo liberal sufragista, desde mediados del siglo XIX hasta los años 50 (segunda ola) y el feminismo contemporáneo (tercera ola).

Referencias

  • Bartlett, J., Norrie, R., Patel, S., Rumpel, R., & Wibberley, S. (2014). Misogyny on twitter.
  • Bourdieu, P. (1998). La dominación masculina. Barcelona: Anagrama.
  • Galdón, C. (2018). Cosmovisiones feministas en clave generacional. Del movimiento 15M a la Huelga Feminista del 8M. Encrucijadas-Revista Crítica de Ciencias Sociales, 16, 1602.
  • Hanash Martínez, M. (2018). Disciplinamiento sexual: cazando brujas y ciberfeministas. In Investigación y género. Reflexiones desde la investigación para avanzar en igualdad: VII Congreso Universitario Internacional Investigación y Género (2018), p 339-350. SIEMUS (Seminario Interdisciplinar de Estudios de las Mujeres de la Universidad de Sevilla).
  • KhosraviNik, M., & Esposito, E. (2018). Online hate, digital discourse and critique: Exploring digitally-mediated discursive practices of gender-based hostility. Lodz Papers in Pragmatics, 14(1), 45-68.
  • Larrondo, M., & Ponce, C. (2019). Activismos feministas jóvenes en América Latina. Dimensiones y perspectivas conceptuales. Activismos feministas jóvenes: Emergencias, actrices y luchas en América Latina.
  • Soto, C. A. A., & Sánchez, K. D. V. (2019). Violência na Internet contra feministas e outras ativistas chilenas. Revista Estudos Feministas, 27(3).
  • Vázquez-Barrio, T., Torrecillas-Lacave, T., & Suárez-Álvarez, R. (2019). Diferencias de género en las oportunidades de la digitalización para la participación sociopolítica de los adolescentes.