Género
08 marzo 2022

El 8M es necesario porque es feminista

¿Recuerdan cuál fue la primera definición que escucharon para responder a qué es el feminismo?

En mi caso creo recordar que ocurrió en torno a los 14 años. “El feminismo es la igualdad entre hombres y mujeres”, se me dijo. Ante aquella premisa y, más, siendo mujer, inmediatamente pensé que yo, entonces, también era feminista. ¿Cómo podría ser de otra manera?

Sin embargo, a medida que avanzaba por las diferentes etapas educativas, esa definición no solo no se amplió, sino que fue quedando relegada a un segundo plano. Siempre habría sabido responder que el feminismo era la igualdad entre hombres y mujeres, mientras pensaba que todos aquellos que repetían “ni machismo, ni feminismo: igualdad” simplemente no habían entendido lo que aquello significaba. No obstante, nunca consideré necesario recordarlo a menudo. Simplemente, el feminismo no aparecía por las aulas.

Cuando, más tarde, continué mis estudios universitarios en los que se aludía de vez en cuando a la falta de referentes femeninos y se hacían esfuerzos por dar algunos ejemplos, entonces sí, me venía a la cabeza. Claro, pensaba. Feminismo. Esto tiene que ver con el feminismo.

Poco a poco, mi formación tomaba una dirección hacia un ámbito más social y, de nuevo, volvió a aparecer el feminismo. En esta ocasión, sin embargo, hilaba más fino. Se presentaba como la ideología que planteaba la existencia de una violencia contra las mujeres de manera estructural, destacando que vivíamos en un mundo basado en la opresión que recibe este sexo por el masculino, que de ahí venían todos los asesinatos, violaciones y demás ataques que se agrupan bajo la llamada “violencia de género” y que, además, todo ello, lo podíamos nombrar gracias al feminismo.

En ese momento la definición que conocía del feminismo, de repente, se quedó vacía. Insuficiente. Un malestar invadió mi cuerpo. Cómo era posible que, siendo mujer, no me hubiese percatado de todas las etiquetas que cargo a las espaldas y que, ni siquiera he elegido voluntariamente, así como las inseguridades, comparaciones, envidias y rivalidades con otras mujeres. Cómo y por qué no me vino a la cabeza la palabra feminismo (tal y como sucedía cuando reflexionábamos sobre diferentes casos machistas en el aula) cuando mis amigos no quisieron que continuara siendo la percusionista de su grupo de rock porque “a pesar de tocar fenomenal, les incomodaba a la hora hacer cosas de chicos durante los ensayos”; o cuando tuve que darle un beso a un vecino para que, así, dejase de pedírmelo, persiguiéndome, por toda la urbanización porque, a juicio de mis amigas, “pobrecito, estaba enamorado y, total, ¿a mí qué me cuesta?”.

Si yo sabía desde hacía años que feminismo era igualdad entre hombres y mujeres, en esas situaciones, ¿qué me impedía darme cuenta de que algo no iba bien?

Como necesitaba entender esa incompetencia que me había acompañado, busqué a una activista feminista de quien una profesora nos había hablado, que explicaba no sé qué de los estereotipos de género en las imágenes. Ella era Yolanda Domínguez. Insistía en que los juguetes eran sexistas, en que las mujeres aprendíamos a ser sumisas, frágiles, incómodas pero bellas y a no molestar. A ser pequeñas y a admirarlos a ellos, grandes, activos y fuertes [1]. Domínguez recomendaba a Ana de Miguel con su Neoliberalismo sexual. El mito de la libre elección [2], que, a su vez, hablaba de Amelia Valcárcel, la cual mencionaba a Simone de Beauvoir y me permitió descubrir a Olympe de Gouges, Betty Friedan, Kate Millet, Celia Amorós, Chimamanda Ngozi Adichie, Najat el Hachmi, Virginia Woolf, Ayaan Hirsi Ali, Alicia Miyares, Rosa Cobo, Rosa María Rodríguez Magda, Heidi Hartmann y un largo etcétera.

En aquellos momentos, juraría haber estudiado filosofía en Bachillerato, pero no conocía a ninguna de estas filósofas. Me enseñaron que todo aquello que me venía a la mente sin control, se llamaba género y que se trataba de una imposición cultural que se me aplicaba por razón de mi sexo. Atónita, acabé en conferencias, charlas, foros y cursos universitarios sobre antropología del género, violencias sexuales, psicología e historia de las teorías feministas. Sin darme cuenta llevaba estudiando feminismo sin pausa durante, ahora, 5 años.

Y, es que, el feminismo se estudia [3]. No es solamente la igualdad entre hombres y mujeres.

Por ello, a pesar de saberlo, no supe identificar aquellas y otras muchas situaciones ni fui capaz de ponerles nombre.

La importancia de conocer la teoría y los conceptos feministas, saber nombrar las cosas, es especialmente relevante en este movimiento por tres razones:

  1. Por la peligrosa invisibilidad del sistema de poderes basado en la opresión a la mujer. Desde tiempos inmemorables se relaciona y se justifica con lo natural [4], Rousseau, Nietzsche, Engels [5], y numerosos filósofos, psicólogos y científicos definen el sentido de la vida de ambos biológicamente [6]. La historia nos ha descrito distintos, complementarios cuando en realidad se estaba hablando de sometimiento [7]. Sin conceptos y sin teoría no lo vemos.
  2. Porque 300 años de elaboración de conceptos por parte de las teóricas feministas permiten analizar con profundidad la sociedad [8], en palabras de Celia Amorós “en el feminismo conceptualizar siempre es politizar. Por eso es tan importante conceptualizar y tratar de conceptualizar bien” [9]. Sin ir más lejos, uno de los más utilizados y normalizados en este ámbito y que ha logrado desmenuzar el contexto exacto en el que tienen lugar todas y cada una de las violencias contra las mujeres, es el término patriarcado, forjado por Kate Millet hacia el año 1970 [10]. El concepto fue dotado de un segundo significado desde una perspectiva feminista que distaba de aquel aparecido en los diccionarios (todavía vigente y como única opción en la Real Academia Española en nuestro país, por ejemplo): el patriarcado es el sistema de dominación básico sobre el que se asientan los demás (de raza, de clase) y no puede haber una verdadera revolución si no se lo destruye. El patriarcado es definido como “política sexual”, entendiendo por política el conjunto de estratagemas destinadas a mantener un sistema” o “el conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo”. Añadiendo que la política ideal excluye la dominación y ordena la sociedad de acuerdo con “principios agradables y racionales” pero que, hasta el presente, la política real no ha sido otra cosa que dominación [11]. Este concepto plasma la constante histórica más indiscutible: la situación de inferioridad de la mujer en todas las sociedades humanas conocidas [12], habiéndose convertido en uno de los términos fundamentales para las mujeres. Tal y como indica Valerie Bryson: (…) muchas mujeres han descubierto que el concepto feminista de ‘patriarcado’ les brinda una nueva y poderosa forma de ver el mundo que da sentido a sus propias experiencias y, al identificar el alcance hasta ahora invisible del poder de los hombres, proporciona un primer paso vital para la política feminista. [13]
  3. Porque para comprender que las mujeres no estábamos incluidas en los manifiestos y contratos históricos de igualdad, emancipación y revolución social necesitamos referencias, el acceso, facilitado por los docentes en las aulas, a los textos históricos en los que las filósofas feministas analizan, debaten y critican, párrafo a párrafo, aquellos otros textos de filósofos y literarios varones que sí se estudian en la escuela, que marcan el ideario colectivo y educan generaciones enteras en la desigualdad social, así como, en la naturalización de la ficticia diferencia sexual de los cerebros [4] a la que se aludía en el punto primero. Se nos priva de la opinión y de la visión del mundo de las mujeres que, rigurosamente, se esforzaban por desarticular el androcentrismo reflejado en todo ámbito [14], que nos permite entender cómo hemos podido avanzar transformando la realidad con la creación de políticas que sepan ir a la base de la desigualdad.

El feminismo es una ideología política y una corriente filosófica con unos principios y objetivos que se reúnen en la Agenda Feminista [3].

El feminismo son los textos críticos y los datos que nos permiten comprender cómo se produce la desigualdad y lo interiorizada que está. Es “el hijo no deseado del movimiento de la Ilustración” [3] que lleva tres siglos alzando la voz en pro de las mujeres.

El feminismo camina de la mano con la democracia, ya que esta no pudo contradecir sus principios de igualdad [3] para todos los seres humanos cuando las feministas demostraban científicamente que no existían aquellas diferencias entre ambos sexos en las que teóricos y científicos varones se amparaban para legitimar su discriminación. Gracias a ello, tuvo lugar uno de los primeros logros de la masa feminista: el voto femenino promovido por las sufragistas [14]. Por tanto, es un movimiento civilizatorio y propio de las sociedades abiertas, que avanzan hacia la ética y la libertad.

Es un movimiento incómodo que rechaza el sistema establecido, que molesta porque cuestiona y enseña la cruda realidad de cómo está pensado el mundo que habitamos y que, en palabras de Amorós, no juzga las acciones que llevan a cabo las mujeres, sino la razón por la cual se llevan a cabo [8].

Poca es la fortuna y grande el desafío con el que cuenta el feminismo, ya que todo movimiento social que amenaza con destruir los privilegios, que pone en peligro la comodidad de la que gozan los opresores a costa de los oprimidos , desata un contramovimiento de resistencia que va a intentar mantener el sistema desigual y adormecer o eliminar a los tábanos socráticos que osan interrumpir su plácido sueño [15].

Poca es la fortuna del feminismo porque estudiar no está de moda. Así como sí lo está tener muchos cursos y títulos, acumular conocimientos como si de un supermercado del “saber” se tratara [16], rápido, fácil. Pero conocer de verdad es bien distinto.

Conocer conlleva necesariamente aprendizaje y el aprendizaje requiere de un proceso que, a su vez, necesita tiempo. El tiempo, ese gran derrotado por la era de la inmediatez [17], del consumo, y de creer que el dinero lo puede todo.

En el último sondeo llevado a cabo por el Observatorio de la Juventud de la Fundación SM, Perspectivas sobre la igualdad, el feminismo, la violencia machista y las relaciones afectivo-sexuales, 1 de cada 2 jóvenes afirma no considerarse “ni machista, ni feminista” y opina que el feminismo se ha llevado a límites exagerados. Mientras la violencia contra las mujeres se refleja a diario en las noticias, estas posturas campan a sus anchas y el feminismo sigue sin llegar a las aulas. ¿Hasta cuándo lo estaremos esperando?

El 8 de marzo es un día necesario porque se vindica la agenda feminista y su visibilización de ámbito mundial. Se defiende la necesidad de generar políticas que permitan alcanzar la igualdad y se recuerda que aún estamos lejos de haberla conseguido.

Ahora ya sabemos que para que todo ello ocurra hay que formar en feminismo. Por eso, hagamos un llamamiento y aprovechemos la fecha. Alcemos la voz para rememorar a las que han hecho posible que hoy pueda escribir y publicar estas líneas.

El 8M es necesario porque es feminista.

Logo del Observatorio de la Juventud en Iberoamérica (OJI)

Ana Howe

Notas

  • [1]

    Domínguez, Yolanda. ( “Revelando estereotipos que no nos representan” [Vídeo]. YouTube. https://www.youtube.com/watch?v=H1C-vG4yBMI (10 de octubre de 2017).

  • [2]

    Miguel, Ana de. Neoliberalismo sexual. Ediciones Cátedra, 2015.

  • [3]

    Valcárcel, Amelia. Ahora, feminismo (edición ed.). Cátedra/ Universitario, 2021.

  • [4]

    Miguel, Ana de. Ética para Celia. Ediciones B, 2021.

  • [5]

    Hartmann, Heidi. Un matrimonio mal avenido. Hacia una unión más progresiva entre marxismo y feminismo, 1945.

  • [6]

    Beauvoir, Simone de, 1945. El segundo sexo (1.ª edición). Penguin Random House Grupo Editorial SA de CV, 2013.

  • [7]

    Amorós, Celia. Hacia una crítica de la razón patriarcal. Barcelona. Anthropos, 1985.

  • [8]

    Amorós, Celia. La gran diferencia y sus pequeñas consecuencias para las luchas de las mujeres. Madrid. Cátedra. p. 128, 2006.

  • [9]

    Millet, Kate. Política sexual. Madrid. Cátedra, 2010.

  • [10] Puleo, Alicia. La Política Sexual de Kate Millett. El periódico feminista: Mujeres en red, 2017.
  • [11]

    Fernández Domingo, Carmelo. Sobre el concepto de patriarcado. Universidad de Zaragoza, 2013.

  • [12]

    Bryson, Valerie. “Patriarchy: A concept too useful to lose”. Contemporary Politics. vol. V. nº 4. pág. 311, 1999.

  • [13] Miguel, Ana de, y Amorós, C.. John Stuart Mill y Harriett Taylor Mill: desarticulando la ideología patriarcal. Teoría feminista: de la Ilustración a la Globalización, vol. I. Madrid. Minerva, 2005.
  • [14] Amorós, C., y Miguel, D. A. “Teoría feminista 1: De la ilustración al segundo sexo” (Estudios sobre la mujer). Biblioteca Nueva, 2021.
  • [15] Freire, P., y Mellado, J. Pedagogía del oprimido (Tra ed.). Siglo XXI Editores, 2005.
  • [16] Chomsky, Noam. Institute Professor & Professor of Linguistics (Emeritus). Chomsky on Mis-Education. Rowman & Littlefield Publishers, 2000.
  • [17] Han, Byun-Chul. La sociedad del cansancio. Herder, 2018.